Era el consenso de la
sociedad de finales del siglo XX: a la hora del baño, las tetas no son órganos
sexuales. Hasta que llegó Facebook. En la última década, los pechos dejaron de
existir
Una mujer hace
topless en una playa de Gijón, en junio de 2012. (Reuters)
Ilya Topper. Estambulhttps://www.elconfidencial.com/contacto/885/
- Mamá, como no me des la
pelota, le cuento a abuelo que tú y tu amiga estáis enseñando las tetas.
- Como se lo cuentes, te
corto la pichilla.
Son los primeros años
ochenta, es verano y en esta parte de la playa de Sotogrande aún crecen
palmitos y tagarninas y a veces levanta el vuelo una bandada de flamencos.
Carmen y su amiga Mimunt, una de La Línea, la otra de Melilla, trabajan en
hostelería, son proletarias, no tienen aún treinta años. Son la primera generación de España que hace topless
en la playa: a sus madres les había tocado, en los sesenta,
conquistar el bikini. Para ellas es la continuación de una evolución social que deja
atrás la dictadura, los sermones del domingo, el No follarás,
el Todo es pecado. Estar en tetas en la playa ha dejado de ser pecado, y ha
dejado de ser ilegal.
En la próxima década, el
topless se populariza tanto que no hay playa en España donde no se vea normal.
Excepto quizás las de Madrid, es decir Benidorm, por decir algo. Quizás sea más
popular en Andalucía que en el Levante. Ya
no hace falta buscar calas apartadas: es habitual ya en la
propia playa de La Línea, por no hablar del resto de Cádiz. Playas pegadas al
paseo marítimo, llenas de sombrillas, neveras con cerveza, maris jugando al
bingo, niños dando por culo con la pelota, abuelas. Esta vez no son -como en la época
del bikini - las guiris: ahora son las
andaluzas. No llega a ser mayoritario, quizás lo haga el diez
por ciento, quizás el treinta. Pero con una de cada diez es suficiente para
alcanzar esa masa crítica que lo convierte en normal: cualquiera que llegue se
sentirá cómoda al quitarse la parte de arriba. Si lo hacen las demás, es que no
pasa nada. Nadie te
va a mirar.
En las franjas más alejadas,
dunas, calas que no llegan a ser recónditas, hacer nudismo pasa a ser habitual.
A finales de los años noventa, en una de sus últimas ediciones, 'Diario16'
invitó a opinar sobre la cuestión: ¿Hacen falta más playas nudistas en España? A
favor se manifestaba un dirigente de una asociación naturista. En contra, otro
naturista: desde 1988, y claramente desde la reforma del Código Penal en 1995,
el nudismo es legal en todas partes. Delimitar áreas tipificadas como “playa
nudista” no hace más que restringir el naturismo, dando a entender que fuera de
la zona demarcada no se puede practicar. Lo cual es falso. Estar en pelotas es
una decisión individual, no de zonas, grupos, categorías. Hay libertad de desnudarse. La segregación es lo
contrario a la libertad.

Es legal en todo espacio
público. La ley no distingue. La ciudadanía sí. No será delito pasear por Gran Vía en pelotas, pero la
humanidad es gregaria y prefiere hacer lo que los demás, dentro de un margen de
comodidad. Meterse en el agua desnudo es más cómodo que con un traje de licra
pegado al cuerpo. Si el objetivo es recibir los rayos del sol en la piel, tomar
el sol en tetas es más cómodo que hacerlo con el bikini puesto. Si lo hacen las
demás.
Las demás lo hacían. La
generación mayor miraba para otro lado, cuando no se apuntaba entusiasta a la
tendencia. Consciente de que solo las leyes de la dictadura y el poder de la
Iglesia le habían privado durante décadas de sentir el sol en las tetas. Ir con
el sexo al aire era cosa de lugares apartados, pero el torso, también el
femenino, era lícito en la playa. Eso
era el consenso de la sociedad española de finales del siglo XX:
a la hora del baño, las tetas no son órganos sexuales.
Es difícil poner fecha al regreso triunfal del bikini. Fue paulatino.
Ocurrió en la segunda década del siglo XXI. El verano pasado, en la playa de
Cádiz -de Santa María del Mar al fuerte de Cortadura y el Ventorrillo del
Chato, cinco kilómetros, decenas de miles de bañistas- en la que en 2005 había
en todas partes esa masa crítica de chicas en tetas, ese diez por ciento mínimo
que permite decir que “aquí es normal”, ahora se podía contar el topless con los dedos de dos manos.
Cabo de Gata, agosto 2017,
Playa de los Genoveses, un kilómetro de arenas. Ratio del topless: cero (si no
contamos a Mimunt), salvo tres chicas, casi cabe decir refugiadas entre las
rocas que marcan el final de la ensenada. En la última cala, de difícil acceso
tras una loma de cardos y un sendero resbaladizo, entre la decena escasa de
jóvenes que han conseguido alcanzar ese pequeño paraíso, ellas van en bikini,
todas.
Las
activistas saudíes mandaban su foto en bikini. Si alguna de ellas practicaba
topless, no podía mostrarlo: en ese caso, si.
Facebook elige bando. Burkini sí.
Tetas no
A esta generación no le da
corte que les vean las tetas sus padres, suegros, vecinos, el carnicero de
enfrente, el cliente de esta mañana, como hace treinta años. Les da corte que se les vean el colega del novio, el
primo, el compañero. Les parece incómodo, esté quien esté. Las
tetas se han vuelto una parte indecente del cuerpo.
Esta es la ideología de
Facebook, esa realidad paralela en la que todos vivimos desde hace diez años
(2007: 400.000 usuarios en España. 2009: 4 millones. 2010: 12 millones. 2018:
23 millones, es decir toda persona adulta que usted se cruza en una playa).
Doce millones de pares de tetas, tragadas por un vórtice de antimateria. Si a
usted se le ocurre subir una foto de estar en topless en la azotea de su casa,
los rayos cósmicos aniquilarán su cuenta entera. Estar en tetas deja de ser un
acto social, de ocio compartido, de veraneo con colegas. Se convierte en una ofensa visual a la sociedad.
Lo que no se ve en Facebook,
no existe. En algún momento de la
última década, en España las tetas dejaron de existir.
¿O había otros factores?
Hollywood no ha sido: aunque lleva censurando pezones desde hace décadas, ya no
marca tendencia, ha sido reemplazado por las series accesibles en Internet y en
los que no solo se pega, se mata, se dispara y se tortura, como de toda la vida
de Warner, también se folla y se cultiva el despelote. ¿Tal vez una conjura de
la industria textil? Desde luego se ha apuntado febrilmente a la tendencia, si
no la creó: en las tiendas de ropa abundan bikinis para niñas de cinco o seis
años, y hay padres que se los ponen a sus nenas sin darse cuenta de que están
incurriendo en un delito apenas mejor que el de los que les colocan un velo
islamista a esa misma edad: si las tetas son un objeto sexual a ocultar,
pretender que existen en el cuerpo de una niña antes de la pubertad es apología
de la pedofilia. Hay productos que deberían
estar prohibidos incluso en una sociedad de libre mercado, y el bikini infantil es uno de ellos.

Tres mujeres toman el
sol en la playa de Samil, en Vigo. (Reuters)
Las sociedades posdictadura
tienen eso: las
libertades que se conquistaron a golpe de atrevimiento pasan a ser normales,
dejan de valorarse, dejan de considerarse necesarias, quizás dejan de
practicarse, porque se olvida que solo existen porque se practican. Se habla de
un regreso general de ideas conservadoras, creen algunos que hoy se folla
menos, o menos alegremente, que en los ochenta. Tal vez: para conquistar la
libertad sexual también era necesario practicarla. Pero estar en tetas en la playa nunca fue un acto sexual.
No formaba parte del código de ligoteo. Hacían topless las solteras y
las ennoviadas, las casadas y las descasadas. Era un paso hacia la aceptación
del cuerpo desnudo como algo natural, no sujeto a los tabúes del deseo sexual.
Y si bien la Iglesia nunca ha dejado de intentar mantener esos tabúes, no
consta que tenga mucho éxito: la proporción de bodas celebradas en la iglesia
baja cada año (ya está en el 28%); no sé si los curas le hablan a su grey del
topless, pero si no han conseguido
impedir ni el matrimonio homosexual, dudo de que tengan dominio sobre las
playas.
"Sé un hombre, tapa a
tus mujeres"
¿Es el bikini el objetivo
final o será el próximo paso volver al bañador de pieza entera? Ahora se ríe
usted, pero eso es lo que está pasando a 14 kilómetros al sur. ¿Imaginaban las
marroquíes que iban en bikini a la playa hace veinte años que en 2018 se
lanzaría una campaña (en Facebook, como no, que a eso sí se presta la red
social) llamada “Sé un hombre, tapa a
tus mujeres”? Cuando los primeros jovenzuelos empezaban a
insultar, en la primera década del XXI, a las señoras en bikini, llamándolas
'desnudas', ellas se quedaban a cuadros. Como se quedaría usted. En el caso de
Marruecos (y el resto del mal llamado mundo musulmán) sabemos quién decide los
códigos de decencia e indecencia: las cadenas satélites con sede en Qatar y Arabia
Saudí, el petrodólar. Activistas como Ibtissame Lachgar y
Zoubida Boughaba han contraatacado con la campaña Sé una mujer libre. Las
activistas que participan mandaban su foto en bikini. Si alguna de ellas
practicaba topless, no podía mostrarlo: en
ese caso, Facebook elige bando. Burkini sí. Tetas no.
No
es una cuestión de estética. Todo lo contrario. Es una tendencia hacia la
hipersexualización del cuerpo de la mujer, solo el de la mujer

Pero no ha sido la (escasa) inmigración musulmana
(o latinoamericana, igualmente tabuizada en lo que a tetas se refiere) en
España la que ha cambiado los hábitos. En Cádiz no hay casi magrebíes, salvo
Hassan el del Cambalache. Y en la playa nudista de la Barceloneta -defendida,
me da a mí, en parte por el colectivo gay-, los vendedores ambulantes marroquíes
o malienses regatean abalorios y pareos sin importarles la piel a la vista,
como hacen los veteranos del agüita fría en Caños de Meca. Y son precisamente
algunas hijas de la inmigración
magrebí las que se apuntan con mayor ilusión al topless.
Precisamente porque saben que la opresión de la libertad femenina se expresa en
primer lugar a través de la tela. Saben, porque lo sufren en su piel, que la
única manera de ser libre es afrontar las miradas de los demás a pecho
descubierto, en sentido figurado la mayor parte del tiempo, literalmente en la
playa. Aunque en Facebook no lo podrán contar.
No es nuevo: fue en 1972, aún vivía Franco, cuando a Fátima, melillense y
mora, la multaron en Salou por cruzar el paseo marítimo en bikini. Lo recuerda
Mimunt. No cree que vayamos a volver hasta ese punto, dice. No en España. Pero
algo ha ocurrido: si antes hubo que ocultar a mamá que una hacía topless, ahora
son las madres de cuarenta, cincuenta, que siguen con el hábito de tomar el sol
en tetas y observan, estupefactas, que sus hijas de veinte se niegan a quitarse
la parte de arriba. No es una cuestión de estética, como dicen a veces. Todo lo
contrario. Es una tendencia hacia la
hipersexualización del cuerpo de la mujer, solo el de la mujer,
mediante una banda de tela que proclama: coto privado. Acceso visual solo con
licencia sexual. Una especie de catastro corporal ideada en nombre del marido o
novio: Hasta aquí es mío, el resto es público. Divide la piel y vencerás a la
mente.
Y no tranquiliza que tras
cinco años de campaña (2012-2017) Facebook haya prometido por fin dejar de
censurar los pechos si se trata de madres lactantes. Ha decidido que tener
tetas no es una exhibición sexual si cumple el propósito natural de amamantar a
un bebé. En ese único caso no es
indecente. Al fin y al cabo, la función de una mujer es
procrear. Eso la disculpa: ser madre.
Las demás, todas putas.